El sensor cuenta con una membrana de acero inoxidable que se deforma bajo la presión de un líquido o gas.
Esta deformación se convierte en una señal eléctrica mediante tecnología piezorresistiva, capacitiva o piezoeléctrica, según el modelo.
La señal se transmite luego a un sistema de control o supervisión.
Membrana de acero inoxidable (habitualmente AISI 316L):
Resistente a la corrosión, adecuada para ambientes húmedos o ligeramente agresivos.
Disponible en versión estándar o aflorante según las necesidades.
Elemento sensible:
Integrado detrás de la membrana, transforma la deformación mecánica en señal eléctrica.
Carcasa:
Generalmente de acero inoxidable, asegurando robustez y durabilidad.
Conexión mecánica (rosca, brida) y salida eléctrica (cable o conector).
Robustez mecánica y buena resistencia a la corrosión.
Adecuado para muchos fluidos, incluyendo agua, aceite y algunos productos químicos.
Versátil y económico en comparación con otros materiales (como cerámica o titanio).
Disponible en versiones higiénicas para la industria alimentaria y farmacéutica.
Menos resistente a medios altamente agresivos (ácidos fuertes, agua de mar concentrada) que el titanio o algunos polímeros.
Riesgo de desgaste o picaduras en presencia de altas concentraciones de cloruros.
Acuicultura: medición de presión hidrostática para control del nivel de agua en estanques.
Industria alimentaria: monitoreo de líquidos en procesos productivos.
Industria: control de bombas, depósitos y circuitos hidráulicos.
Química ligera: fluidos no altamente corrosivos.